En Puebla, la cocina es un susurro del pasado que sigue vivo en cada calle, en cada mesa, y en las manos de aquellas que aman su herencia ancestral. Sus sabores son historia y hechizo: el mole poblano, oscuro como la tierra fértil y profundo como su historia, danza con el guajolote sobre platos festivos, mientras las chalupas, pequeñas y doradas, desfilan como luciérnagas en las plazas del centro. Es una ciudad que cocina como quien reza, donde el maíz se convierte en arte, y cada comida es una celebración del alma


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